Apuntes sobre Antonio Hernández Ramírez

Querido Antonio. Hace muchos años te comenté que había decidido no asistir a ningún bautizo, comuniones, bodas o entierros, aunque luego la vida y debido a problemas relacionados con la espalda y mi falta de movilidad, aquella decisión, fruto de mi arrogante desprecio por tales eventos, dejó de tener valor para inscribirse en el triste destino de la incapacidad que penosamente se me vino encima. Digo esto, para justificar mi ausencia en la despedida, entierro, o adiós que la gente otorga a sus seres queridos. Y tú, querido maestro, siempre fuiste para mí un amigo muy especial al que siempre quise y admiré.
Mirando hacia atrás, mientras escribo estas líneas, recuerdo que te conocí a través de un amigo común, Emilio José, cantautor y hombre de bien, que se preciaba, con razón, de conocer al “quien es quien” de la Villa y Corte. Claro que tú, ya por los años ochenta, eras lo suficientemente conocido para no necesitar apoyaturas. En todo caso, lo que nos unió, más allá de lo dicho, es que los dos éramos nacidos en pueblos de relumbrón: tú en Arcos de la Frontera en 1943, y yo en Estepa en 1944; por tanto, servidor, con un año de diferencia a mi favor.
Con todo, ya en 1980 habías recibido el Gran Premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes de manos del Rey, y el Premio Nacional de la Crítica, en 1993, por tu obra “Sagrada forma”. Luego, vendrían muchos más, pero nadie podrá negar que lo apuntado constituía un brillante comienzo para un hombre inteligente y joven como tú. Yo por aquel tiempo, me ganaba la vida ejerciendo como abogado y me conformaba manteniendo mi amor por la poesía y la literatura, algo que estaba muy por encima de mis quehaceres como un vulgar picapleitos, aunque mantenía la querencia de tener amigos como tú, que habías hecho de la vida el hogar donde moraban Apolo y el resto de las musas.
Por supuesto, que la jornada no terminaba ahí, sino al calor de un bar, donde el café, adormecía la euforia inicial de los vuelcos anteriores, y nos conducía a apaciblemente a territorios más tranquilos y elevados
Y de las querencias, quisiera pasar a otros territorios más íntimos donde, poco a poco, fue fraguando nuestra amistad, hasta que llegó el día en que la parca te llevó por delante y nos dejara huérfanos de tu siempre amable y sugerente presencia. Sin embargo, bastante años antes de tan triste suceso, los dos sabíamos que no había cosa mejor en el mundo que una buena comida, o un tapeo, al calor de un vaso de vino. Y en eso tú, mi querido maestro, y el que esto escribe, éramos, al tiempo que aficionados, fieles devotos de tan excelente propósito. A ello ayudaba que eran tiempos en los que Madrid no era el cutre decorado en que, con el paso tiempo, se ha convertido, aunque puesto, a decir verdad, ya apuntaba maneras.
Con todo, a nosotros lo que más nos gustaba, cuando las circunstancias lo permitían, era quedar los viernes al mediodía para tomar unos vinos por la Cava Baja y recalar en Casa Lucio, no por sus huevos revueltos, que también, sino para degustar sus magníficas raciones de callos de los que siempre han hecho, y siguen haciendo historia en tan noble casa. Luego, supongo que, para hacer la digestión, trasegábamos unos refrescantes gin-tonics, mientras tú te entretenías contándome los infinitos males y enfermedades que, sin ser reales, padecías; más que nada por el énfasis y el rigor que ponías en los detalles médicos y sus derivadas. Y es que, además de ser uno de los más grandes poetas que he conocido, ya eras un reconocido hipocondríaco a carta cabal; es decir, un hombre a la búsqueda de una enfermedad inexistente que engrandeciera tu figura.
Por supuesto, que la jornada no terminaba ahí, sino al calor de un bar, donde el café, adormecía la euforia inicial de los vuelcos anteriores, y nos conducía a apaciblemente a territorios más tranquilos y elevados: la literatura. Tema este, en el que debo detenerme antes de continuar con otras cosas. Todos sabemos que tu gran pasión era la literatura, y dentro de esa madre, la poesía era el cáliz donde fraguaba lo mejor de tu alma arcense y gaditana. ¿Te acuerdas cuando celebramos con natural jolgorio la noticia del joven bético que llevaba en brazos la urna funeraria con las cenizas de su padre, y el susodicho le comentaba apasionadamente a su progenitor los lances del juego? Hasta que lo trincaron por la delación de alguien y le prohibieron la entrada por razones estéticas y de buen gusto.
Permíteme que no haga el recuento de tus muchas obras, galardones y premios recibidos a lo largo de tu vida, porque para eso están otros bastante más sabios y entendidos que yo, aunque no negaré que tu libro de poemas “Nueva York después de muerto” junto a tus novelas “Vestida de novia” y “A sangre fría” son mis obras favoritas. Lo que sí haré, es adentrarme en un territorio del que solo tus amigos, entre los que me cuento, sabemos, y que, sin más preámbulos, paso a contar.
Es más, tu narrativa, nos llega a veces impregnada por el aroma de la lírica, al punto de que hay párrafos que, sin reserva alguna, bien podrían formar parte de tu obra poética
Y es que siempre ha habido estilos y géneros literarios cuyos cánones han sido establecidos por críticos especializados que han hecho de la literatura en general, y de la escritura en particular, un territorio acotado y definido por el estilo o la forma que, además de ser muy útiles para los lectores, facilitan el estudio y la comprensión del género de las obras que en el mundo han sido. Así, el narrativo, el lírico y el dramático, al margen de los subgéneros, constituyen el eje de una clasificación inicial básica, que nos permite ordenar las obras según su estructura, contenido e intención. Así, el realismo y el romanticismo, pongamos por caso, además de responder a periodos históricos muy diferentes, presentan estilos tan opuestos que, conforme al canon antes señalado, delimitan claramente una forma de escritura perfectamente reconocible para cualquier lector.
Decir de ti, querido Antonio, que lo tuyo era fundamentalmente la lírica, sin menoscabo de tu narrativa, sigue siendo para mí la gran verdad de tu alma literaria. Es más, tu narrativa, nos llega a veces impregnada por el aroma de la lírica, al punto de que hay párrafos que, sin reserva alguna, bien podrían formar parte de tu obra poética. Y todo ello bajo la égida de un barroquismo limpio y cuidado que nos lleva a lo más hondo del ser andaluz, a la descripción de un paisaje lírico, tan próximo a la verdad, como distante del recurso almibarado de uno de esos aprendices, que buscan perderse en los meandros del barroco para ocultar sus carencias. Y es que lo tuyo, tu obra, ahora hablo en general de toda ella, requiere de una lectura sosegada, lenta y gustativa del ritmo musical que la impregna para, tras recrearse en ella, llegar a la convicción de que no todos pueden alcanzar la excelencia que la cadencia de tus palabras alcanza. De ahí, que siempre haya habido, y seguirá habiendo, maestros y aprendices. Digo esto, porque, aunque no sé muy bien cómo, tengo por seguro que mis palabras acabarán llegando a tus oídos, y te regalarán el mismo, algo que no me negarás, siempre te ha gustado. Máxime cuando “los nuestros”, hablo de los socialistas, nunca estuvieron prestos a echarte una mano que no merecieras, siendo tú más socialista que Pablo Iglesias, el viejo, no el joven.
Tampoco olvidaré que, como colofón del evento, organizábamos la cena de los asociados y amigos en el famoso restaurante El Hispano, sito en plena Castellana, y próximo a la Residencia de Estudiantes, donde el maestro daba fe del premiado
Y, para terminar, como no hablar de los premios de poesía Aljabibe. Unos premios otorgados por la Asociación Andaluza, cuando corría el año 1999, que un servidor presidía, y fue fruto de una de esas largas conversaciones de los viernes, antes comentadas. Ciertamente nuestro único propósito no era otro que promover y promocionar a Andalucía en el plano cultural, y creo que nadie nos podrá negar que aquellos fueron momentos muy felices y satisfactorios para todos; momentos en los que tú, querido maestro, junto a otros compañeros del jurado, que siempre se manifestaban tan silentes como prestos a seguir la sabia voz del maestro, disfrutábamos oyendo tus criterios poéticos que tanto nos gustaban.
Conviene recordar que dicho galardón literario se otorgaba a autores andaluces o residentes en Andalucía que, amén de otros requisitos, que non son del caso, dotaba de una retribución económica de 12.000 euros a los premiados, y lo que era más importante, le edición de las obras premiadas en la editorial Endymión. Tampoco olvidaré que, como colofón del evento, organizábamos la cena de los asociados y amigos en el famoso restaurante El Hispano, sito en plena Castellana, y próximo a la Residencia de Estudiantes, donde el maestro daba fe del premiado y un servidor decía unas palabras que pretendían poner el punto final, sin conseguirlo, ya que el personal era pertinaz en su deseo de prolongar el convite hasta altas horas de la madrugada. Tristemente Pepe Hierro, integrante de la primera edición de la posguerra dentro de la llamada “poesía desarragaida” y que se había incorporado al jurado de Aljabibe en 2001, nos abandonó en diciembre de 2002, dejando una huella indeleble en nuestra Asociación.
En fin, maestro, estoy convencido que allí donde estés seguirás comentado, a propios y extraños, los detalles de tus enfermedades, mientras aquí nosotros las padecemos. Cosas de la vida. Lo que, en todo caso debes saber, es que siempre vivirás en nuestra memoria hasta que la muerte nos lleve para acompañarte, y mientras tanto, permíteme levantar la voz para decir lo bonito que fueron aquellos años, cuando éramos jóvenes y bellos.
Ah, y no olvides que un día, cuando menos lo esperes, alguien te tocará en el hombro, y cuando te vuelvas para ver quién requiere tu atención, comprobarás que soy yo. Llegado ese momento nos miraremos a los ojos, esbozaremos una sonrisa, nos fundiremos en un abrazo y buscaremos un chiringuito donde bebernos unos vinos y hablar de nuevos proyectos.
En el aniversario del fallecimiento de Antonio Hernández Ramírez, poeta, novelista, ensayista y fecundo articulista.
Rafael Escuredo, expresidente de la Junta de Andalucía para Heraldo de León.