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El legado de Nino: el inventor leonés que soñó con frenar los incendios desde su origen

Benigno García Calvo, fallecido en 2020, diseñó los extintores de explosión, una patente pionera que recobraba actualidad en plena ola de incendios
Nino, junto a uno de sus inventos para la extinción de incendios.
Nino, junto a uno de sus inventos para la extinción de incendios. Foto cedida por la familia.

La sombra de los incendios que arrasa León y buena parte del noroeste peninsular reaviva el recuerdo de la figura de Benigno García Calvo, 'Nino', inventor astur-leonés afincado en León, que dedicó gran parte de su vida a la creación de un sistema pionero de extinción rápida de grandes incendios forestales: los extintores de explosión.

Fallecido en febrero de 2020, Nino dejó tras de sí un legado técnico y humano que hoy, en plena emergencia climática y con miles de hectáreas devastadas, recupera toda su vigencia.

El nacimiento de una idea en los años 90

El origen de su invento se remontaba a la década de los noventa, cuando los incendios forestales alcanzaron cifras desorbitadas. Según recuerda Adolfo Delgado Gutiérrez, familiar directo de 'NIno', “en los años 1993 y 1994 la superficie arrasada por el fuego en nuestro país rondó los 350.000 kilómetros cuadrados, una cifra que entonces parecía inasumible”. 

Aquellas tragedias encendieron en Nino la convicción de que había que diseñar un sistema eficaz, moderno y asequible que mejorase la capacidad de los equipos de extinción.

Su lema, repetido en charlas y demostraciones, era claro: “Todo incendio, del nivel que sea, se inicia con un pequeño incendio”. Y a partir de esa premisa construyó toda una filosofía: si se lograba intervenir rápido y con medios eficaces en la fase inicial, había grandes posibilidades de sofocar el fuego o, al menos, de contenerlo hasta la llegada de recursos convencionales.

Los extintores de explosión: una patente mundial

Así nacieron los extintores de explosión, patentados a finales de los noventa y fabricados en Quintana de Rueda a través de su empresa Begaextin. Eran dispositivos cargados con un líquido retardante que, al contacto con las llamas, explotaban dispersando el producto químico y bajando la temperatura de forma inmediata.

El sistema se comercializó en kits montados en remolques, con hasta 50 extintores y material de seguridad básica, a un coste de entre 1.500 y 2.000 euros. Una inversión mínima, sostenía el propio inventor, “para que los ayuntamientos de menos de 20.000 habitantes pudieran contar con una primera respuesta eficaz frente a incendios forestales, industriales o domésticos”.

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Nino lanza uno de los elementos explosivos sobre un foco de fuego. Foto cedida por la familia

Simulacros y visión adelantada

El invento fue probado en simulacros como el celebrado en Hospital de Órbigo, con fuegos controlados de hidrocarburos y neumáticos, y obtuvo la homologación del Ministerio de Industria. Su simplicidad era otra de sus ventajas: podían utilizarlos vecinos sin formación específica, algo vital en pueblos pequeños, donde a menudo los primeros en detectar el fuego eran los propios habitantes.

Para Nino, las brigadas helitransportadas dotadas con estos extintores de explosión podían convertirse en una herramienta decisiva: colocando líneas de dispositivos, se generaba una barrera cortafuegos automática, capaz de detener o retardar la propagación hasta la llegada de hidroaviones o motobombas.

La vigencia de un legado en 2025

Adolfo Delgado remarca hoy que las ideas de Nino no habían perdido vigencia. Al contrario: en un verano donde se hablaba de “fuegos de sexta generación imposibles de atajar”, la filosofía del inventor parece más necesaria que nunca.

“Todos los incendios, incluso los que llegan al máximo nivel, inicialmente transitan por una fase de bajo nivel, y ese es el momento en el que hay que actuar con rapidez”, recuerda Delgado.

Este familiar recuerda la falta de recursos hoy con presupuestos menguantes, pueblos sin medios básicos y la ausencia de dispositivos específicos en parques nacionales como Las Médulas, Picos de Europa o Sanabria. Frente a esa realidad, recuperar propuestas que el propio Nino defendió en vida tienen una vigencia absoluta: "Dotar a juntas vecinales de equipos de primera intervención (mangueras, lanzas, extintores de presión y de explosión)".

A ellos, mantenía Nino, deberían sumarse planes específicos en parques nacionales y regionales, con recursos disponibles durante los meses críticos y brigadas helitransportadas equipadas con extintores de explosión, capaces de frenar incendios en su fase inicial.

Una lección pendiente

Los incendios de 2025 recuerdan con crudeza la vigencia de aquellas ideas. “Nos costará mucho más restituir los daños producidos por el fuego este año que lo que hubiera costado mantener los medios humanos y materiales adecuados”, advierte Delgado.

El legado de Nino queda así como un recordatorio incómodo: el ingenio y la previsión de un inventor leonés diseñó hace tres décadas un sistema que pudo marcar la diferencia. Hoy, cuando el humo ennegrecía montes, pueblos y parques naturales, sus palabras y su lema regresaban con fuerza: todo incendio comienza siendo pequeño.