Tierra de ceniza: "Esto se veía venir, y volverá a pasar"
En apenas unos días, la comarca de la Valdería y todo su entorno, en el suroeste de la provincia de León, pasó de ser un mosaico verde de bosques y praderas a convertirse en un desierto gris. El incendio —ya catalogado como el de mayor dimensión en la historia de España— ha devorado miles de hectáreas de vegetación, ganado y esperanza.
El fuego no distinguió entre pinares de repoblación, encinares centenarios o bosques de ribera que bordeaban el Órbigo y el Eria. Tampoco respetó pastizales ni cultivos. Allí donde pasó, dejó una cicatriz profunda que, según expertos, tardará décadas en cicatrizar… si es que lo hace.
Castrocalbón: la línea roja
En Castrocalbón, María todavía se estremece cuando habla de aquella noche. “Las llamas nos comían”, repite, con la voz quebrada. Mira la carretera que atraviesa el pueblo, marcada por mordiscos negros del fuego sobre el asfalto. “Que el pueblo se salvara es un milagro”, asegura.
Ese jueves, mientras los niños jugaban en el polideportivo como si la vida hubiera vuelto a la normalidad, bastaba caminar unos metros para toparse con un horizonte calcinado. Algunos vecinos paseaban en silencio: “Venimos a ver lo que ha quedado… pero esto se repetirá. Da igual que lo recuperen si luego va a volver a ocurrir lo mismo”.
Naturaleza olvidada
La Valdería y todo su entorno es una joya natural poco conocida. Sus bosques de ribera, encinares, melojares, brezales, tomillares y pinares de repoblación conviven con prados naturales y pastizales que sostienen a una ganadería tradicional.
Este ecosistema diverso no pudo frenar un fuego alimentado por el calor extremo, la sequía y la falta de gestión forestal. “Aquí no te dejan cortar ni una rama, y luego mira”, lamenta un vecino. Las quejas apuntan a la ausencia de prevención: “No había nada preparado. Por eso ha pasado lo que ha pasado”.
San Esteban de Nogales: el fuego en la puerta
En la entrada de San Esteban de Nogales, junto al estrecho puente que obliga a circular en una única dirección, las llamas se llevaron por delante una pequeña granja y redujeron un coche a un amasijo de hierro negro.
En la casa vecina, el fuego golpeó la puerta y no entró por pura casualidad. “Esto se veía venir”, afirma Andrés, con gesto resignado. “Nadie cuida el monte, y así estamos”. A su alrededor, troncos chamuscados y árboles caídos parecen confirmar sus palabras.
Herreros de Jamuz: el horizonte quemado
A unos kilómetros, Mario apura un cigarrillo mientras observa las lomas. “Si subes a la Cruz de los Barreros, todo lo que ves es ceniza. Qué pena y qué ruina”, dice.
Desde ese mirador natural, el panorama es desolador: una alfombra de troncos ennegrecidos, humo aún humeante en algunos puntos y un silencio que pesa más que las palabras.
El incendio más grande de la historia
Según los datos provisionales el fuego ha arrasado más de 35.000 hectáreas en pocos días convirtiéndose en el mayor registrado en España desde que existen mediciones modernas.
Aunque todavía se investiga el origen, las autoridades apuntan a causas humanas, voluntarias o no. El viento fuerte y las altísimas temperaturas hicieron el resto.
Heridas que no se apagan
Los ecologistas advierten de que la regeneración será lenta: las especies autóctonas tardarán décadas en recuperarse, mientras que las zonas de repoblación, si no se gestionan bien, podrían volver a arder en menos de una generación.
Los vecinos, mientras tanto, reclaman un cambio de rumbo. “No basta con apagar el fuego”, dice María. “Hay que cuidar el monte todo el año. Si no, esto será cada vez peor”.
En la Valdería, el verde ha sido sustituido por un gris que duele. El recuerdo del fuego seguirá ardiendo mucho después de que se apague el último rescoldo.